Conversión de San Pablo

 Los jefes de los sacerdotes de Israel le confiaron la misión de buscar y hacer detener a los partidarios de Jesús en Damasco. Pero de camino a esta ciudad, Saulo fue objeto de un modo inesperado de una manifestación prodigiosa del poder divino: deslumbrado por una misteriosa luz, arrojado a tierra y cegado, se volvió a levantar convertido ya a la fe de Jesucristo (36 d. C.). 

Según el relato de los Hechos de los Apóstoles y de varias de las epístolas del propio Pablo, el mismo Jesús se le apareció, le reprochó su conducta y lo llamó a convertirse en el apóstol de los gentiles (es decir, de los no judíos) y a predicar entre ellos su palabra.

Tras una estancia en Damasco (donde, después de haber recuperado la vista, se puso en contacto con el pequeño núcleo de seguidores de la nueva religión), se retiró algunos meses al desierto (no se sabe exactamente adónde), haciendo así más firmes y profundos, en el silencio y la soledad, los cimientos de su creencia. 

Vuelto a Damasco, y violentamente atacado por los judíos fanáticos, en el año 39 hubo de abandonar clandestinamente la ciudad descolgándose en un gran cesto desde lo alto de sus murallas.

Aprovechó la ocasión para marchar a Jerusalén y ponerse en contacto con los jefes de la Iglesia, San Pedro y los demás apóstoles, no sin dificultades, porque estaba todavía muy vivo en la Ciudad Santa el recuerdo de sus actividades como perseguidor. Le avaló en el seno de la comunidad cristiana San Bernabé, que lo conocía bien y quizá era pariente suyo. 

Regresó después a su ciudad natal de Tarso, en cuya región residió y predicó hasta que hacia el año 43 vino a buscarlo Bernabé. A consecuencia de una carestía que atacó duramente a Palestina, Pablo y Bernabé fueron enviados a Antioquía (Siria), ciudad cosmopolita donde eran numerosos los seguidores de Jesús (allí se les había dado por primera vez el sobrenombre de "cristianos"), para llevar la ayuda fraternal de la comunidad de Antioquía a la de Jerusalén.



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